jueves, 5 de noviembre de 2009

Los ángeles sin asas

Bueno, voy a hablarles respecto de una chica que tenía los ojitos cerrados.

Anita era una chica graciosa, sonrisa transparente, ojos dulces. ¡ Cómo me encantaba aquella pequeña! No había nada en la chiquita que me hiciese no quererla bien. Un día, Anita me dijo que le gustaría mucho salir al mundo buscando angelitos.


Le pregunté se yo podría acompañarla. " - Bien, no hace mal que venga", me dijo.


Así, salimos por el mundo, Anita y yo. La chica saltaba, corría... Yo, yo iba lentamente.


Pasamos por muchos lugares, vimos montañas, ríos, los cielos más diversos, los colores que no son posibles describir aunque se desee. Vimos la vida en todas sus caras. Anita...Bien, Anita buscaba por los ángeles y solo estaría contenta si los encontrase. Yo... Yo estaba allá, junto a la chiquita, observando todo... No podría dejarla sola.


Finalmente, un día, un carruaje apareció en el camino. Era majestuoso y venía conducido por caballos blancos. De él salió una dama bellísima que casi nos cegó con su brillo. La chica, apresurada, se acercó a la dama y le preguntó: "-¿Eres un ángel?" La dama no contestó. Se fue rápidamente dejando el polvo de la carretera.


Anita quedó con los ojos y la boca llenos de polvo... Yo entonces la ayudé a limpiarse.


"- ¿ Ella no era un ángel, verdad?" Me preguntó Anita.

"- Creo que no, pero un día, quizá, venga a ser uno", le contesté.


Más adelante, encontramos un joven sencillo, con gestos suaves, cara tranquila... Sus ojos eran como estrellas azules y así, de nuevo, Anita pensó que él podría ser angelito. Y, una vez más, la respuesta no fue la que ella esperaba.


Anita se puso a llorar. Estaba tan triste... No era posible que los angelitos no existieran. No era posible...


Yo, más una vez, seguré las manos de Anita, enjugué su llanto, la consolé.


Anita me abrazó, me dijo que estaba cansada y me pidió que la llevase en brazos.


" - ¿Me cargas?"

" - Sí, claro que sí" , le dije.


Con ella en brazos, seguimos el camino de vuelta a casa. Yo cantaba la canción que le gustaba Anita y la chica, finalmente, sonreía.


Anita, entonces, me abrazó muy, muy fuerte y me preguntó:


"- ¿ Eres un angelito?"

"- No, no querida", le contesté. No creo que los angelitos sean así como yo, sin alas y con pasos lentos...


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